Recogemos aquí el artículo del Secretario de Organización de la Asociación, publicado en el último número de la revista TELEGRAFISTAS.COM, recogiendo las experiencias de los amigos del telégrafo en el viaje por tierras de Aragón, con motivo de la celebración, en junio, de la XIV Asamblea General de la Asociación 2018, en Zaragoza.

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Con motivo de la XIV Asamblea de la Asociación de Amigos del Telégrafo de España, que este año celebrábamos en Zaragoza, telegrafistas venidos de diversas partes de nuestra península, incluso de Melilla, recorrimos durante seis días un poquito de cada una de las tres provincias que componen la Autonomía de Aragón. Los que llegamos desde Madrid, la inmensa mayoría, a penas pisamos tierra aragonesa nos topamos con una fantástica fortaleza árabe, Patrimonio de la Humanidad: La Aljafería.

 

Del s. IX al s. XIX se han ido acumulando los diversos estilos que embellecen tan hermoso recinto que sirvió de convento benedictino en el s. XII, residencia de los Reyes de Aragón durante los s. XIV-XV. En 1492 sobre la fábrica musulmana se edificó el Palacio de los Reyes Católicos y Felipe II lo transformó en ciudadela añadiendo la muralla exterior y el imponente foso. La muralla musulmana, los cubos neogóticos de 1868, las suntuosas estancias, capillas y patios, conforman una espectacular estampa arquitectónica difícil de olvidar.

Por la tarde de este primer día, El Pilar. Si algunos buscaban el cumplimiento del precepto dominical asistiendo a la celebración en el Altar Mayor de la Basílica, todos ansiábamos el momento de ver el histórico pilar revestido con el manto que los telegrafistas regalaron a su Virgen en 1974 con la insignia de oro del Cuerpo de Telégrafos que el deán de la Basílica prendió en el manto. Cuando esto sucedió, en la Capilla Angélica o Santa Capilla, obra clasicista de Ventura Rodríguez, ni los asistentes, ni el mismísimo Ebro, guardaron silencio y un aplauso contenido inundó el lugar.

Al día siguiente, largo viaje al norte. Entre el valle del Ebro y los Pirineos, por viñedos de somontano y ermitas de piedra fuimos a visitar un pequeño núcleo rural a la orilla del río Vero: Alquézar. Sancho Ramírez la libró de los moros en 1065 reconstruyendo la magnífica fortaleza de la que hoy se admiran sus murallas almenadas y algunas torres. Junto a ella, la Colegiata de Santa María la Mayor, edificada en el s. XI y reconstruida en estilo gótico en el s. XVI, es toda ella un magnífico museo que desgraciadamente no tuvimos tiempo de ver. A los pies de este Castillo-Colegiata, descendiendo por la armoniosa escalera de piedra labrada en el año 861, se extiende el burgo de Alquézar, de sinuosas calles, arcos medievales, misteriosos pasadizos y casas blasonadas.

Camino de Zaragoza, Huesca, parada y Catedral. Huesca, la antigua Osca ibérica fue plaza fuerte de los árabes que la llamaron Vecha, hasta que Pedro I de Aragón la conquistó definitivamente. Su Catedral, construida entre los años 1275-1515, sobre diversos edificios, algunos de los cuales datan de tiempos romanos, deja caer sobre la recoleta Plaza, el estilo gótico de su fachada principal de la que destaca su pórtico del s. XIV. En su interior, Damián Forment labró durante los años 1520-1533 el suntuoso Retablo Mayor, magistral obra en alabastro que contiene el óculo expositor del Santísimo Sacramento, privilegio concedido por Benedicto XIII (el Papa Luna) a todas las catedrales de Aragón.

En Zaragoza, sorpresa. No estaba incluida en la apretada agenda del viaje, pero era imposible rehusar la invitación de José Luis Rodrigo, director de la Fundación Ibercaja para visitar el Museo Goya. La espléndida colección de los grabados del pintor aragonés, nos dejó fascinados y ya no se habló de otra cosa en toda la tarde.

Sin hacer sombra a ninguno de los monumentos que se erigen en la Plaza, La Seo, La Lonja y el Pilar, el edificio del Ayuntamiento encaja perfectamente con la arquitectura del entorno. Construido en 1965, destaca su fachada renacentista de estilo aragonés, la techumbre mudéjar, sus regias escalera y amplios salones. En uno de ellos, en el Salón de Recepciones y Galería de Alcaldes, nos recibió su alcalde D. Pedro Santisteve. Palabras protocolarias, desayuno, visita guiada y foto en el Salón de Plenos. Y en la puerta principal sus dos custodios: San Valero y el Ángel de la Ciudad. Seguidamente, Asamblea y comida de Hermandad. Esto os lo contarán en otra sección de la revista.

Casi sin digerir el buen almuerzo fraternal había que salir para la encantadora ciudad episcopal asentada sobre una colina: Tarazona. Iglesias y esbeltas torres, casas escalonadas o en cuesta, Palacios como el del Obispado (ss. XIVXV), puentes, ermitas y sobre todo la Catedral. La Catedral data del s XII y muestra un ábside gótico, magnifico cimborrio, claustro y campanario mudéjares; portada renacentista y en el interior artísticas celosías.

Cuarto día, salimos para Teruel, pero, sin dejar la provincia de Zaragoza, hicimos un alto en un pueblo cruce de caminos: Daroca. Impresionante ciudad mudéjar en el interior de 4 Km. de murallas que la protegen con sus torres y Puertas del Arrabal, Baja y Alta. Ciudad en donde tanto en sus calles, como en sus plazas, se trenzan la historia, el arte y la fe.

En la Colegiata Santa María de los Corporales los estilos románicos, góticos y renacentistas se han ido sucediendo. En el tímpano de la Puerta del Perdón el Juicio Final y en el interior una verdadera maravilla de baldaquino barroco al estilo del Bernini del Vaticano, sin olvidar la Capilla de los Sagrados Corporales.

En Teruel, visita a las enladrilladas torres Patrimonio de la Humanidad: La torre San Martín, la Torre-Iglesia del Salvador y la Torre Iglesia San Pedro, todas ellas verdaderas filigranas del arte mudéjar, todas ellas rodeadas de amores incomprendidos, como lo fueron los Amantes de Teruel, cuyo mausoleo se encuentra en la Iglesia de San Pedro, obra de Juan de Ávalos, escena que también pudimos contemplar en la “Escalinata de la Estación”. La Catedral, dedicada a la patrona Santa Emerenciana, es un magnífico templo mudéjar (s. XII), construida con ladrillo, piedra y cerámica vidriada destaca en su interior gótico-mudéjar, el espectacular artesonado del s. XIII y el plateresco Retablo Mayor del s. XVI. Para terminar esta jornada, buen jamón en la Plaza adornada con edificios modernistas, donde está el monumento al torico que recuerda la legendaria fundación de la ciudad al detenerse misteriosamente el bravo animal en este lugar.

Esta mañana nos encaminamos hacia los Montes Universales, donde nace el río Tajo y las aguas del Guadalaviar discurren a los pies de Albarracín. Asentada en agrestes parajes, Albarracín es uno de los pueblos más increíbles de España. Asomada a profundos barrancos, vieja viviendas medievales, palacios, ermitas e iglesias, dormitan a la sombra de la emblemática y alargada muralla de los ss. XXIV y de la renacentista Catedral de Santa María de Albarracín.

En este quinto día aún nos quedaban por ver dos pueblos turolenses fáciles de recordar: Rubielos de Mora y Mora de Rubielos. En el primero, restos de murallas medievales, Colegiata con retablo gótico de 1420, Convento de las Agustinas y un sin fin de mansiones señoriales que interpelan al visitante. En el segundo, son dos los edificios que sobresalen por encima del resto: el castillo y la excolegiata de Santa María la Mayor. Hay un dicho que se pregunta lo que también me preguntaba yo:

Baje el Ángel de los cielos/

para explicarme a mí ahora/

¿por qué entre pueblos tan bellos/

este es Mora de Rubielos/

y aquél Rubielos de Mora …? /

Quien considere este asunto/

muy fácil comprenderá/

que entre los dos no hay segundo/

¡Qué ejemplo para este mundo/

que sólo anhela mandar!

Sexto día, volvemos a casa. Paramos en un pueblo con rango de ciudad desde su histórica resistencia a los franceses: Molina de Aragón. Castillo-alcázar árabe conquistado por Alfonso I el Batallador. Desde los primeros siglos el reedificado puente romano,color aurora celeste, señala el cauce al río Gallo que mueve molinos de trigo. Larga calle Mayor salpicada de plazas e iglesias como la de San Martín que conserva la original portada románica y el Convento de las Claras de estilo transición románico-gótico.

Noté que algo había cambiado, aunque el apellido de Aragón me llevara a confusión; las piedras tan legendarias como siempre, las casas hidalgas sin distinción, los torreznos tan ricos como en todas partes, pero el vino ¡ay el vino! ¡no era el mismo! me habían cambiado la garnacha por el tempranillo. Estábamos en Castilla y no en Aragón.

Fin de un viaje que, sin la total entrega de un KDO con mayúsculas, Jacinto Bernaldo de Quirós, no habría sido posible.

Gracias compañero.