En la reciente Jornada Los Telegrafistas y el Arte, que tuvo lugar en Madrid, el pasado 12 de febrero, se celebró un homenaje al primer presidente de nuestra asociación, Sebastián Olivé Roig, en la que hubo intervenciones de los asistentes recordando su figura.Recogemos aquí la aportación de Javier Nadal Ariño.

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Sebastián Olivé: Maestro y referente

 Es habitual que las primeras experiencias laborales tengan un valor iniciático. Que los aprendizajes de esa época marquen tanto como los años escolares. Que los adultos terminen de modelar su personalidad en esta fase de transición. Ese fue mi caso.

 El 11 de mayo de 1977 ingresé como funcionario de la Dirección General de Correos y Telégrafos y tomé posesión de mi puesto en el Edificio Télex de la calle Conde de Peñalver de Madrid. Yo era muy joven y mi acceso a la función pública era mi segunda experiencia laboral.

 El azar me trajo a este rincón de Madrid, donde un grupo de esforzados funcionarios de telégrafos tenían la misión de mantener, gestionar y explotar el corazón de la Red Télex española.

 

 Aquí aprendí muchas cosas. Técnicas, operativas y de gestión de servicios. Pero conocí sobretodo a un grupo de personas, funcionarios y funcionarias, comprometidos con su misión y orgullosos de mantener en pie una institución centenaria representativa de la mejor tradición de nuestra historia.

 Entre ellos, Sebastián Olivé brillaba con luz propia. Por su trayectoria, por su actitud y por el impacto de sus actos. Para un funcionario neófito como yo, tenerle cerca era una permanente lección práctica de lo que hoy definiríamos como la ética del servidor público y que entonces se conocía como espíritu de servicio.

 La trayectoria de Sebastián era entonces, y sigue siendo, paradigmática y ejemplar. Desde su ingreso como Auxiliar en sala de aparatos a los 16 años, aprovechó todas las posibilidades de formación, internas y externas, que las circunstancias pusieron a su alcance para mejorar sus conocimientos y ponerlos al servicio de la causa. Así completó un amplio espectro de competencias que le permitían abarcar desde las tecnologías más avanzadas, como Ingeniero Técnico de Telecomunicación, hasta sus inquietudes sociales, como Licenciado en Ciencias Políticas. Era un sabio renacentista trasladado al siglo XX, capaz de desplegar una amplia mirada sobre su tiempo, sobre la revolución tecnológica y sobre el impacto de esta en el servicio telegráfico.

Era un soñador realista pero no un nostálgico.

 Yo siempre aprecié, por encima de todo, su actitud generosa. Su compañerismo y habilidad para estar cerca cuando era necesario, para corregir, sin que se notara, mis inevitables torpezas de principiante ante el servicio.

 Ha dejado su huella por doquier y somos muchos los que sentimos su ausencia. Hoy quiero recordar especialmente una de sus facetas y contribuciones que yo considero más importantes y que auguro que será la más perdurable. Me refiero a su actividad académica e investigadora.

En este campo fue pionero. El servicio telegráfico corría el riesgo de quedar en una nota a pie de página en los manuales de historia sobre el siglo XIX, hasta que Sebastián tomó cartas en el asunto y se puso a investigar sobre la historia del servicio telegráfico en España, no solo describiendo cómo se fueron incorporando los diferentes avances técnicos y organizativos al telégrafo público, sino haciendo aflorar una característica no apreciada hasta entonces: la importancia que el servicio telegráfico tuvo en la modernización de España.

 El Cuerpo de Telégrafos se creó en 1855, por el mismo gobierno reformista que alumbró la Ley Moyano de educación, la Ley de Ferrocarriles, el Banco de España o la Ley de Crédito, y Sebastián Olivé nos descubre que el telégrafo fue tan decisivo en la modernización de España como estos otros elementos que le acompañaron en su nacimiento y que gozan de más predicamento.

 También aprendimos de las investigaciones de Olivé el papel que jugó el Cuerpo de Telégrafos en la profesionalización de la Administración Pública, que se homologó, en muchos aspectos, a sus colegas de los países más avanzados de Europa, como lo acredita el hecho de que fuera en una reunión internacional realizada en Madrid en 1932, donde se creara la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), que es la Agencia internacional más antigua de la ONU.

 Los más de 20 trabajos de investigación publicados por Sebastián Olivé recorren y descubren muchos ángulos sorprendentes, como hace su Historia de la Telegrafía Óptica en España, que es un excelente trabajo de arqueología tecnológica solo imaginable si conocemos la inagotable curiosidad y el tesón que se escondía tras aquella sonrisa, entre irónica y escéptica, que Sebastián reservaba para las cosas importantes. Sus trabajos sobre Los primeros pasos de las Telecomunicaciones en España, de 1999, o sobre El Cuerpo de Telégrafos, de 2004, entre otros, le valieron el nombramiento de Colegiado de Honor del Colegio Oficial de Ingenieros de Telecomunicación.

 Tengo el orgullo de haber podido contribuir a la edición de su último libro TELÉGRAFOS: un relato de su travesía centenaria, que es una joya, en el que unifica todos sus hallazgos en una historia completa y coherente del importante papel que el servicio telegráfico y su Cuerpo de funcionarios jugaron en el devenir histórico y tecnológico de España a lo largo de un siglo y medio.

 Esto me dio la oportunidad impagable de reencontrarme con Sebastián y continuar algunos debates que teníamos interrumpidos desde hacia muchos años. Una de las cuestiones que, en su opinión, todavía estaban sin respuesta era saber porqué el Cuerpo de Telégrafos resultó excluido en la reorganización del servicio telefónico en 1924. Exclusión que marcó el inicio de su declive.

 Intuyo que tenía alguna hipótesis para encontrar la respuesta, pero la vida ya no le concedió la oportunidad de encontrarla.