La Delegación de la Asociación en Madrid cuenta con el grupo Conocer Madrid que, dos viernes al mes, organiza visitas culturales a lugares de interés en Madrid capital, su provincia y sitios cercanos. El pasado 15 de noviembre el grupo realizó una excursión a Rascafría y el Monasterio de El Paular. Nuestro compañero Maetín Prieto, que participó en la excursión ha escrito una bonita reseña de la jornada, que recogemos a continuación.
Un frío despertar. Por Martín Prieto
Tras la pesadilla de un Madrid apresado por el tráfico, la contaminación y el estrés, una buena mañana desperté en un pueblito, serrano como pocos, frío como ninguno: Rascafría.
Uno de los viernes culturales de los Amigos del Telégrafo, del mes de noviembre, me despertó en pleno valle del Lozoya, nevado pero verde, silencioso pero lleno de vida y agua cristalina. Pero ¿qué hemos venido a hacer aquí? me dije Un chocolate espeso con churros me hizo entrar en calor y comencé a oír con atención la voz de nuestra experta guía responsable del madrugón. Vamos a ver, nos dijo, un monumento desconocido para tantos madrileños como para muchos españoles: El Real Monasterio de Santa María del Paular.
A poco más de un kilómetro del pueblo, por el camino que lleva a Navacerrada, vigiladas por tres altas cimas que hacen guardia a su alrededor, Peñalara, la Cabeza del Hierro y el Risco de los Claveles, se alzan unas aguerridas piedras vencedoras de hielos y vientos centenarios, que confortan el Real Monasterio.
Desde que, en 1390, Juan I decidiera construir este cenobio espiritual, tras una visita llena de emoción a Montserrat, El Paular ha pasado por múltiples vicisitudes a lo largo de la historia. Ha superado expolios extranjeros y nacionales, desamortizaciones, guerras y terremotos, y aunque todas han dejado huellas irreparables, hoy el Paular se erige retador para asombro de propios y extraños.
De pabellón de caza de los Trastámara a convento de cartujos y hoy monasterio de benedictinos. Ocho son los frailes que lo habitan y entre ellos el hermano Martín: acompañante locuaz, avezado en arte y custodio del copioso patrimonio que encierran sus viejas paredes. Pero, ¡¡ sorpresa!! el hermano Martín era, también, medio telegrafista. Me contó como ajustaba el receptor morse o embornaba los cables al manipulador para transmitir el “observatorio” con los datos que le suministraba el equipo meteorológico que tenía y sigue teniendo a su cargo. ¡Qué casualidad!
Pero entremos en el monasterio. Lo hicimos por el pórtico gótico de La Piedad en el tímpano sobre arco rebajado de Juan Guas.
Patios y claustros góticos con galerías de arquerías todas distintas, todas elegantes; a un lado ventanales al jardín, al otro lado 52 magníficos lienzos de Vicente Carducho (S.XVII) sobre la vida de San Bruno y escenas de la orden cartuja. Luego vendrá la Iglesia, de nave única, hermosa cúpula barroca, artística reja labrada (S.XV) con un extraordinario retablo mayor gótico-flamenco, construido en alabastro policromado (S.XV), por discípulos de Juan Guas y todo ello, presidido por Santa María de El Paular.
Aún quedan motivos de asombro: La Capilla Octogonal con valiosos retablos barrocos, antecedente a la notabilísima y fastuosa Capilla del Sagrario o Transparente (S.XVII). Lo que fue en su día sala capitular es hoy la Capilla del Santísimo, adornada con un soberano retablo barroco de 6 columnas salomónicas, que se ve rematado por una crucifixión de inusitado patetismo. Refectorio coronado por otra crucifixión y una Santa Cena de Eugenio Orozco.
Y podríamos seguir, Biblioteca, Sacristía, Capilla de la Piedad, Claustrillo de los azulejos de Talavera, …. Hay que venir a verlo.
Nada más comer, salimos pitando, por lo visto se barruntaba una buena nevada. No hizo falta que me pusiera a pensar en los miles de ovejitas merinas que, allá por el S XVI, pastaron por estos pagos, dando buena lana para los talleres de Flandes, caí como un tronco en el asiento del autocar. Pero el tronco era de buena madera, era de Balsaín, tan buena que de su pasta de papel se imprimió el primer Quijote de la Mancha y de la historia.
El sueño me ganó la vuelta y sólo cuando noté el frenazo en Atocha, volví en mí, volví al ruido del tráfico, a la contaminación, al estrés y también al insuperable aroma de los bocadillos de calamares del Brillante.
No me he olvidado, sino que lo he dejado para el final. Y es que, en este frío despertar, nos acompañó un numeroso grupo de amigos del Aula de Cultura del Ministerio de Fomento. Excelente grupo. Este hermanamiento funciona de maravilla.