Telegrafista de arraigo
José Cantos Navarro octogenario compañero y asociado en Sevilla, hace una semblanza de su tránsito por los Servicios de Telégrafos, con los diversos destinos y cargos desempeñados; dejando al termino de su relato una pregunta para una respuesta de acierto; porque si bien su cuna se cobijó bajo techo telegráfico y la cadencia del Morse fueron sonajero infantil, su arraigo precede a su alumbramiento, esto es, antes de siempre.
YO TAMBIEN NACI TELEGRAFISTA
En número anterior de nuestra Revista, Pilar Laguarta, distinguida compañera, se hacía la pregunta: ¿Siempre fui telegrafista? Su afirmativa creencia también yo la podría responder.
Nací en 1.928 y abrí por primera vez los ojos en la casa de Telégrafos de Curtis, pequeña aldea gallega donde mi padre tuvo su primer destino y en la que viví hasta cerca de los tres años. Pasado el tiempo, yo ya con cuarenta, en visita turística, reconocí aquellos lugares y comprobé que algunos aldeanos aún se acordaban de Don Ramón, mi padre.
Mi siguiente segundo hogar telegráfico fue el de Cazalla de la Sierra, en donde ya mis recuerdos son más claros y certeros, y en donde tuve conciencia entonces de la importancia que en aquellos tiempos tenía la figura del telegrafista.
Sobre 1.935 se trasladó mi padre al Centro de Sevilla y aunque allí, como es natural no viví en su edificio, sino en la cercana calle Dos de Mayo, tuve también la ocasión, esta vez por motivos adversos, de morar durante cuatro días en los sótanos del citado edificio del Centro. Esto ocurrió el inicio de la guerra civil de 1.936, cuando la amenaza de bombardeo a la Maestranza de Artillería situada frente a nuestro piso, hizo decidir a mi padre trasladar la familia por seguridad, a aquellos sótanos, en los que estuvimos compartiendo el “rancho” diario con los soldados de la Sección del Ejército que guarnecía el Edificio.
A finales de dicho año 1.936, mi padre, que siempre gustó de los pueblos, pidió y fue destinado a Sanlúcar la Mayor, ciudad sevillana donde seguí oyendo de cerca el martilleo del Morse, tanto en una como en otra casa en las que estuvo ubicado telégrafos, y de lo que me vino el sobrenombre de “Pepe el del Telégrafos”, como me conocían mis amigos.
Tenía 18 años en 1.946 cuando aprobé las oposiciones para Repartidores y marché a Sevilla donde compartí mi servicio en el Centro con los estudios de Profesorado Mercantil que entonces cursaba.
Obtuve plaza en la Escala Auxiliar, creo que en 1.950, y de Sevilla pasé al poco tiempo a Jerez de la Frontera, por permuta con una compañera. En este centro pasé aproximadamente un año y del que quizás por aquello de la juventud, romanticismo, libertad o bohemia lo recuerdo de manera especial. He tenido muy buenos compañeros y amigos en mi larga vida telegráfica, pero sin olvidarlos a todos, quiero nombrar aquí a los que me acompañaron en aquella etapa jerezana: Pilar González Quintana, Fernando Bartolomé Faraldos, Marcos Cano Abadie, Alfonso Márquez Aparicio y Emilio Juliá Ruiz, colegas de mi convocatoria.
Después hice una corta “mili” en el Batallón de Transmisiones de Sevilla y entre maniobras cargado con una pesada emisora “Lorenz” y enseñando el alfabeto Morse a otros reclutas seguí siendo telegrafista.
Buscando a mi familia, de la que estaba separado desde mucho tiempo, pedí traslado a Sanlúcar de Barrameda, donde mi padre era el Encargado o Jefe de aquella Estación Completa y en la que estuve como Auxiliar de Segundo funcionario hasta el año 1.958 que aprobé las Oposiciones del Cuerpo General Técnico y relevé en la Jefatura a mi padre, quien marchó a Sevilla pensando en un mejor porvenir para mis otros hermanos.
Justo antes realicé el preceptivo Curso en la Escuela Oficial de Madrid, con las “guardias” en la Sala de Aparatos del Palacio de Comunicaciones. (¡Qué buenos recuerdos, también!).
Una veintena de años permanecí como Jefe de Telégrafos en Sanlúcar de Barrameda. Allí me casé con una sanluqueña, nacieron mis hijos y tuve entre éstas y otras satisfacciones la de habitar sucesivamente en dos hermosas casas-telégrafos, una antigua gran mansión y otra un magnífico nuevo edificio compartido con Correos que yo inauguré.
Por similares razones que tuvo mi padre, en 1.978 me marché trasladado a Sevilla, como Interventor Suplente del Giro Telegráfico, cargo que mantuve hasta que “absorbidos” por Correos pasé a ocupar la Jefatura de los Servicios Bancarios durante ocho años y al final de los cuales me jubilé un poco antes de la Exposición Universal de Sevilla de 1.992.
Fueron cuarenta y tres años de servicio, y ochenta y dos unidos amorosamente al Telégrafo.
¿Puedo llamarme telegrafista de siempre?
José Cantos Navarro.