Breve historia de la Telegrafía óptica hasta el Siglo XVIII

 

La necesidad de comunicarse a distancia debe ser consustancial a la propia existencia de los grupos humanos y, cuando se intenta hacer una historia de la telegrafía, se empieza rastreando los procedimientos de envío de señales a distancia que han empleado las diferentes sociedades humanas, en distintas épocas y diferentes lugares geográficos.

Así, algunos consideran la Torre de Babel como uno de los primeros hitos telegráficos y la mayoría incluye entre los iniciadores a figuras mitológicas. Eneas se presenta como el inventor de un complicado procedimiento hidráulico de envío de señales. Agamenón parece que tuvo diez años preparada la leña que, de monte en monte, iban a llevar a Clitemnestra noticias de la caída de Troya; incluso se señala a Teseo como el poco afortunado autor del primer error telegráfico, al olvidarse de cambiar las velas negras de su nave por velas blancas (error que ocasionó la muerte de su padre Egeo, que se suicidó arrojándose al mar). Y con ellos muchos más: moros, cristianos,

chinos o indios, todos con algún sistema para comunicar sus noticias a distancia.

Sin embargo, después de repasar los procedimientos que los hombres de todos los tiempos, semidioses o no, han empleado para tal menester, se llega a la conclusión de que éstos se pueden dividir en dos grupos: acústicos (tambores, trompetas, campanas, silbidos, etc.) y visuales (hogueras, banderas, humos, espejos, etc.). En función de los condicionamientos geográficos ambientales (llanuras despejadas, bosques o montañas), uno de los dos procedimientos conseguía salvar mayores distancias y se imponía.

Algunas sociedades emplearon simultáneamente ambos sistemas, acústico y visual, para difundir sus alarmas y avisos. El profeta Jeremías pide trompetas y banderas para avisar a los judíos.

Los soldados romanos se enviaban mensajes a través de los bruñidos escudos que reflejaban la luz del día, los cuales eran movidos en determinadas posiciones. También los romanos utilizaban señales con fuegos, y en la columna Trajana podemos encontrar esculpidas torres con antorchas como modelo de las que debieron servir en su momento para enviar las señales.

Julio César nos deja en sus escritos la información de un sistema de los galos, en el que a viva voz se transmitían mensajes de una colina a otra, desde donde se le respondía, y así en tres días llegababan desde los bosques de Bretaña a los pantanos del Rhin, aunque, por supuesto, dichos mensajes no podían mantenerse muy en secreto al transmitirse de esa guisa.

Mucho más tarde, Góngora nos recordará que en el Mediterráneo del siglo XVI se seguían las mismas técnicas para avisar de un peligro, al describir bellamente el mensaje que anuncia la llegada a las puertas de Oran de trescientos Zenetes bien armados:

Las adargas avisaron
a las mudas atalayas

las atalayas a los fuegos

los fuegos a las campanas.


En España, salvo en algún punto de características físicas muy especiales como la isla de Gomera, donde aún se conserva como reliquia un lenguaje a base de silbidos, el procedimiento más extendido para el envío de señales fue el uso de fuego y humos.

En el diccionario se puede leer que ahumada es la señal que se hace en las atalayas o lugares altos para dar algún aviso, quemando paja u otra cosa. En muchos lugares se pueden detectar algunos de los emplazamientos de tales ahumadas que, a veces, mantienen nombres evocadores, como torredehumos, peña ahumada, o el más genérico de atalaya. También la palabra almenara tiene una significación parecida y se puede encontrar en bastantes puntos de nuestra geografía.

Los reyes de Castilla se servían de las ahumadas para enviar las noticias importantes y, por ejemplo, Enrique III dio órdenes expresas para que hicieran llegar desde Toro a Segovia la noticia del nacimiento del heredero que esperaba, indicando cómo debían avisar si era varón o hembra. Este enlace, del que el profesor don José María Romeo ha localizado el emplazamiento de ocho estaciones repetidoras intermedias, era ya una verdadera línea de telecomunicación concebida como tal. También Pedro IV de Aragón dio normas para la instalación de puestos de señales para prevenir, tanto movimientos de tropas en las fronteras, como de naves en sus costas. Incluso los ganaderos de la Mesta parece que disponían de una red propia de ahumadas.

También se tiene constancia histórica de que Abderramán III construyó una red de atalayas en las sierras del norte de Madrid, que pudieran ser consideradas, asimismo, como una verdadera línea de comunicaciones ópticas.

Se puede pensar, por ello, que existían, en algunas sociedades, individuos profesionales en el envío de las señales. Por ejemplo, en la Biblia se lee que Jeremías dice: “Yo os había dado atalayadores ¡atención a la voz de la trompeta!”, sin embargo el diccionario castellano no recoge la voz atalayador para nombrar al que transmite una señal, sino para definir al que vigila. Entre los griegos, en cambio, existía el frictoros que era el observador de los fuegos de señales, y el verbo frictoreo significaba “señalar por medio de fuegos”.

Pero, en cualquier caso, no puede decirse que el envío de señales fuera el telégrafo, puesto que las señales indicaban siempre cosas muy simples y concretas, convenidas previamente: la llegada del enemigo, la victoria, la derrota, el nacimiento del heredero del trono, etc. Eran avisos, júbilo o alarma, de acontecimientos esperados. Pero ni los fuegos ni las campanas o las trompetas, podían decir frases no convenidas de antemano, y cuando los mensajes debían informar de asuntos complejos y de cosas inesperadas, no había más remedio que enviar un correo. El aviso de que algo, bueno o malo, estaba ocurriendo podía circular deprisa, pero los detalles irían después, más despacio.

Este sistema puede considerarse como el procedimiento adoptado hasta finales del siglo XVIII por las sociedades de una grado de civilización razonable, no sólo en el ámbito europeo, sino también en otras culturas.

Pero ya en la Europa de finales del siglo XVIII habían aparecido inquietudes de diferentes signos: intelectuales, sociales, económicas, cuya influencia aceleraba el ritmo de la vida de la sociedad. Este aumento de la velocidad de los acontecimientos sociales iba creando, poco a poco, la necesidad de comunicaciones más rápidas. Pero solamente cuando apareció el ferrocarril se hizo patente este cambio de ritmo.

La investigación teórica se centró sobre diferentes sistemas de envío de noticias a distancia, más o menos fantásticos, que se describieron en papel e incluso en maquetas, pero que quedaron en el terreno de la especulación teórica, llegando únicamente a realizarse exhibiciones, a medio camino entre la diversión cortesana y la rareza científica.

Finalmente, fue la necesidad que sintieron los dirigentes de la Revolución francesa de tener noticias de lo que ocurría en sus acosadas fronteras, lo que forzó el paso definitivo entre la teoría y la práctica, y su Asamblea Nacional aprobó, en 1793, la construcción de una línea de torres ópticas para enviar mensajes entre Paris, Lille y Strasbourg. Este fue el paso que marcó la diferencia entre los que hacían señales y los que telegrafiaban.

Significativamente, la propia palabra telégrafo fue usada por primera vez para denominar el envío de señales a distancia por Claudio Chappe.