Por: Francisco Medina Ortín (Socio núm. 459)

Francisco Medina ha sido uno de los asociados más entusiastas durante la celebración de la Semana del Telégrafo en Murcia y Cartagena durante el pasado mes de abril.

Una vez terminada no ha querido dejar su colaboración en esa actitud presencial, y nos envía un precioso cuento, junto a sus datos biográficos que copiamos tal y como nos los ha remitido.

Nacido en Murcia, el 29-05-40. Casado, 3 hijas. Trabajé en Telégrafos desde el 29-10-54 al 21-09-99.

A los 8 años de edad escribí mi primer cuento. A los 12, mi primera poesía y a los 16, mi primer poemario. He tocado todos los géneros literarios: novela, cuento, ensayo, periodismo y poesía. A pesar de tener escritos una treintena larga de libros, apenas si he editado casi nada, aunque sí he publicado en prensa, revistas y similares. Tengo superada también la treintena de premios literarios (no importa que buena parte de ellos puedan ser considerados como "menores"•, ya que para mí todos son de la "mayor" importancia), y si es cierto que apenas he conseguido editar, no menos cierto resulta que a mis nietos podré legar casi una cuarentena de obras (una mini biblioteca), que espero que para ellos resulten tan entrañables como para mi lo habría supuesto si hubiese podido tener la dicha de recibir semejante legado de cualquiera de mis abuelos.

Hace más de 20 años escribo también en lengua murciana, o panocho. Y junto a la asociación L'Ajuntaera (pa la plática, el esturrie y el escarculle de la llengua murciana), a la que pertenezco, damos recitales en escuelas, asociaciones, etc.; tratando de que la lengua que fuera la de nuestros mayores de la huerta de Murcia, no se pierda en el olvido."

EL PASTORCILLO MUTILADO

Había resultado a la vez una tan inesperada como feliz sorpresa. Llevaba tanto tiempo sumido en el olvido... Arrinconado en el fondo de aquella vieja caja de recio cartón, que desde hacía años tenía asumido, con resignación y tristeza, que aquel sería su definitivo destino; cuando no le sobreviniese otro mucho peor aún: el de su total destrucción.

Hacía ya bastantes años que aquella situación persistía. Primero fueron aquellas entonces recién llegadas figuritas de fuerte y resistente goma, junto a la moda de los tiempos, que trajeron como consecuencia la instalación del árbol de Navidad, en detrimento del clásico y antiguo "Belén".

La dura competencia de unas y otro habían dado lugar a condenarlo a aquella especie de destierro, o de total olvido cuanto menos.

Fue decisión de Rosa. Ahora, con dos de las tres hijas, casadas y fuera del hogar, la casa había vuelto a recuperar espacios hasta entonces súper ocupados. Y aquella Navidad, Rosa decidió resucitar la antigua y entrañable costumbre de montar el "Belén", rescatando una tradición que amenazaba con perderse en el olvido del tiempo, por falta de uso.

No era un "Belén" muy grande en sí. Otrora, Rosa, había montado otros mucho más monumentales y espaciosos... pero ello pertenecía a unos tiempos y unas circunstancias tal vez ya perdidos para siempre. Pero no estaba nada mal. Podía decirse, desde un punto de vista más o menos formal, y escenográfico, que estaba presente lo más representativo de cualquier "Belén" que de tal se precisase: Junto al Nacimiento en sí, cueva incluida, lucían las representaciones de Herodes, con sus inocentes víctimas a manos de fieros soldados, la anunciación a los pastores, los Reyes Magos, la huida a Egipto... entre una representativa muestra de figurillas varias, en múltiples funciones, animalillos, de corral o de campo; plateados ríos de papel de níquel; diminutas casitas de corcho...; entre fingidas y figuradas montañas, recortadas bajo un estrellado y azulado cielo de decorado papel...

Y allí estaba él; el pastorcillo de la zambomba. Una figura de barro cocido, forjado en molde de serie, sin más nota peculiar, que la materia de la que estaba hecho. Y ello, ahora, que era el plástico o la goma lo que solía privar. Porque por los años en que fuese moldeado, era lo común y corriente.

En efecto, allí estaba; en el lugar lógico y natural para el que fue hecho: un "Belén"

Y como hacía ya tantos años que no había sido expuesto, el sentirse de nuevo incorporado a aquel querido y conocido entorno, lo emocionó vivamente. De nuevo parte integrante de aquella cándida, emotiva, sencilla, cordial, evocativa, sugerente y navideña fantasía. Aquel revivir, minúsculo, pero vital cuadro conmemorativo del más trascendente de los acontecimientos acaecidos entre los hombres, y ya para siempre; la Encarnación del mismísimo Dios. Si no era allí, para ser exhibido en un "Belén", ¿para qué había sido moldeado?

Mas, poco a poco, su alegría, su euforia se fueron sombreando de dudas, de recelos, de vacilaciones, casi de bochorno, incluso.

Era, sí, su amada y conocida escena, pero él comenzó a verse como un extraño dentro de ella. Todo el resto de figuras, Nacimiento incluido, había sido moldeado en dura y casi pétrea goma. Él era la única figurilla de barro. Y aquella peculiaridad, aquella diferenciación, aquella distinción, lejos de enorgullecerle -por aquello de la exclusividad-, lo tenía sumido en un lacerante complejo de inferioridad. Era diferente, y según pensaba, para peor. El resto de sus compañeros de escena aparecían como irrompibles, desafiantes del tiempo y sus avatares, casi eternos. En cambio él...

Si al menos no padeciese aquella frustrante y lastimosa cercenadura de todo su antebrazo derecho...

Aquel accidente que sufriese años atrás y que le mutiló para siempre, le daba -según él pensaba, con dolor-, un aspecto un tanto ridículo; con la zambomba sostenida en su mano izquierda, ofreciendo su enhiesto carrizo, en busca de la húmeda caricia que le arrancase su ronco y grave sonido, en un inútil y estéril ofrecimiento, porque su mano diestra, muñón dolorido a los aires, jamás volvería ya a alcanzar aquel mástil, que en vano buscaba.

Años ha, cuando todas las figurillas belenísticas eran de barro, un percance como aquel, apenas si tenía mayor trascendencia, ya que era rara la figura que no mostraba a la vista de los demás algún estigma, surgido del casi inevitable accidente, producto de mil roces y menudos o mayores insalvables golpes.

Ninguno de sus compañeros le había molestado en concreto a causa de su mutilación, pero él creía adivinar cuando menos un brillo burlón en la mirada de todos, cuando no un abierto desdén de desaprobación hacia su figura, tanto por su materia de origen, como por su grotesco accidente.

Noche hubo, cuando todo era silencio y descanso en la casa, en que el propio rey Herodes, a la luz de las lamparitas intermitentes de colores que quedaban iluminando irisadamente el "Belén", le pareció que, más que contra sus inocentes víctimas a degollar, era contra él mismo a quien hubiese gustado enviar a sus fieros y armados sicarios. Contra él; el diferente, el distinto, el lisiado personaje.

A veces, en busca de apoyo, de ayuda y consuelo, en vano trataba de encontrar la mirada del Niño en el pesebre. Por ver si al menos Él salía en su apoyo, aprobando su presencia. Pero Jesús callaba. Ni aprobaba ni rechazaba. Parecía limitarse a ignorar el suceso.

El pastorcillo había deseado mil y una vez haber podido pasar desapercibido de todo y de todos. Pero para su infortunio, todos los que se llegaban a contemplar el "Belén", terminaban reparando en su presencia, y todos, sin excepción, acababan opinando más o menos lo mismo: "¡Mira, una figura de barro! ¡Qué raro es ya ver alguna! Pero, ¡qué lástima!, está rota. El barro, ya se sabe..."

Habían pasado Navidad, Año Nuevo... El día de Reyes se acercaba, y llegando esta fecha, pensaba con dolorido alivio el pastorcillo de la zambomba, todo habría concluido; el "Belén" sería desmontado, y acabado para él el tormento.

Y fue entonces cuando llegó ella. Con su rostro estigmatizado por el conocido síndrome. Con sus labios mustios, huérfanos de sonrisa, según oyó comentar... Y nada más verlo le apuntó con su rechoncha mano, de romos dedos, un tanto deformes, y alargó aquella mano hacia la figurilla de barro, con evidentes muestras de desear poseerlo.

"No", intervino rápida y reprendedora la madre, azorada por el apuro del inesperado capricho de la hija deficiente. Pero la niña insistía en su palpable deseo.

Y fue Rosa la que intervino ahora, bondadosa, complaciente y comprensiva, afirmando más que inquiriendo, al decir: "¿Te gusta? ¿Lo quieres?". Y ante el signo afirmativo de cabeza de la tierna niña tocada de Down, Rosa, cariñosa y obsequiosa, le dijo, mientras se lo regalaba: "Toma. Es tuyo".

Y la cara de la tierna niña se iluminó con la mejor de las sonrisas, al tiempo que sus torpes y delicadas manos colmaban de ansiedades cumplidas a la figurilla de barro, al darle su cálido cobijo.

Y el mutilado pastorcillo sintió sobre toda su estructura el benéfico calor de aquellas manos anhelantes y contentas, y la indecible caricia del beso de aquellos labios, gruesos y un poco deformes.

Pero sobre todo se sintió inundado de la luz de aquella sonrisa, extraña y hermosa a un tiempo, brotada desde lo más profundo de un ser agradecido, satisfecho y contento, por algo, sencillo e intranscendente, pero de suma importancia para aquel ser.

Y entonces, sí. Entonces pudo contemplar, claramente, como el Niño del Portal le sonreía con amplitud. Y no en una sonrisa de despedida, sino -y esto lo entendió a la perfección el pastorcillo-, de jubilosa bienvenida. Era en aquel "Belén" viviente donde Dios le quería para cumplir su misión de pastorcillo.