Rafael García Linares (Socio núm. 288)
Rafael García Linares nació en Barcelona el 24 de octubre de 1918, siendo uno de nuestros asociados más veteranos. Tal como relata en su historia, su infancia estuvo inmersa en el amplio mundillo telegráfico. Se hizo radiotelegrafista y aprobó las oposiciones de Auxiliar del año 1942, pidiendo a continuación la excedencia y embarcándose en un buque con base en Guinea Ecuatorial. Reingresó el año 1948 en una primera etapa en Telégrafos, pidiendo nuevamente la excedencia para embarcarse otra vez como radiotelegrafista en un buque con base en Cartagena. Volvió a reingresar y continuó su carrera telegráfica en Madrid hasta su jubilación.
Ha tenido siempre una gran afición por la literatura presentando a lo largo de los años cuentos y novelas cortas a diferentes concursos, sin que la suerte le haya acompañado.
El relato que podeis leer a continuación fue escrito a finales de los años 70, y rescatado para nuestra web
“EL NIÑO Y EL TELEGRAFO”
Me ha traido a la memoria, al leer un pequeño libro muy antiguo que habla de la telegrafía, el poder escribir algo relacionado con el telégrafo en mis años de niñez.
Y es lo que voy a relatar...
No tendría más de 6 ó 7 años de edad cuando yo andaba enredando alrededor de los aparatos de telecomunicación. Pero, naturalmente, no podía alcanzar a tocar las teclas del “Hughes” que era mi ilusión. Estos aparatos que comenzaron a funcionar allá por los años veinte, tenían una altura de un metro y veinte centímetros formando un solo cuerpo con sus correspondientes patas y, claro, con esa altura no era posible que llegara a “manipularlo”. Hoy en día sí que puede hacerlo un niño de 5 años con los actuales aparatos.
Pués bien, en mi poca inteligencia, no podía saber que manejando aquellas teclas se pudiera comunicar alguna palabra con el exterior. Pero aún más, cuando ya iba creciendo observé entonces un aparatito que me llamó mucho la atención. Naturalmente no podía saber qué significaba aquello..., y me refiero al morse, su transmisión y recepción, viendo con los ojos muy abiertos cómo pasaba la cinta y venga a pasar con unas rayitas y puntos. Por mucho que preguntaba que era “aquéllo”, no podía comprender que también se decían “cosas” por estos aparatos tan intrigantes para mí.
Poco a poco fuí conociendo lo que significaba, que estos aparatos eran para transmitir y recibir telegramas. Pero aún no estaba convencido, me parecía algo imposible y, tanto es así, que cierto día que yo andaba jugando por una playa donde, eso sí, sabía que aquella “casita” construida sobre la arena era algo de lo que conocía mi padre (la caseta del cable), y algo lejos de la playa estaba fondeado el buque cablero. Me acerqué en compañía de mis hermanos, y al ver un cable que nacía desde la misma orilla, enterrado, me dirigí a alguna persona mayor que es encontraba cerca de mí, es posible que fuera mi padre, y le pregunté señalando con el dedo:
-¿Es por ahí por donde se mandan los telegramas?
Yo había visto naturalmente el formato del papel azul cuando se recibía un telegrama, y creía, por eso lo preguntaba, que tal como se confeccionaba el papel, se introducía en el principio del cable y llegaba a su destino, y viceversa.
Yo admiraba a mi padre y sabía que “trabajaba” mucho en el telégrafo. Lo veía como un hombre importante; por eso me aficioné mucho a su cometido y lo tuve siempre presente para poder comprenderlo.
Y así transcurrían los años, conociendo y metiendo las narices en lugares donde manipulaba el personal de aparatos. Ya entonces comprendía mejor aquello de enviar el telegrama “recien hecho” y que, en aquellos días, seguramente, estarían reparando alguna avería del cable. Ya había cumplido 17 años cuando cierto día pasé al lado de una casa de planta baja, y al ver por la ventana un aparato morse encima de la mesa, me detuve y estuve observando. Debían de estar dando clase a algunos jóvenes que se preparaban para “el telégrafo” como yo siempre lo llamaba. Permanecí un buen rato y no hacía nada más que repetirme: “eso es muy dificil aprenderlo, yo no sería capaz de llegar nunca a recibir ni a transmitir..”
Por circunstancias inesperadas, y ya lejos de mi familia, a los pocos meses se me presentó la ocasión, y ya era casi un alumno como aquellos que había conocido; ya manipulaba el morse y lo “comprendía”. Años más tarde, y precisamente cuando me encontraba haciendo las prácticas en la Escuela oficial de Telecomunicación, incluso el bodó y el teletipo, se me acercó un profesor y al observar como manipulaba el morse me dijo:
-¿Usted ya conocía el morse, no?
Le contesté:
-Efectivamente, si señor.
Y me quedé la mar de satisfecho en que hubiera reparado en mí, pero ésto no era ningún mérito mío, dado que años antes estuve preparándome para radiotelegrafista. Esto nos demuestra que no hay nada imposible ante la voluntad del ser humano.
No me extrañaría, y puede que dentro de equis años lo veamos alguno de nosotros, que se pueda comunicar por telégrafo con la Luna. Dicen los investigadores actuales, y no lo pongo en duda, que se llegará a habitar este satélite. Pues bien, seguro que entonces se establecerán comunicaciones telegráficas con carácter de “urgente”, “preferente” y anunciando la próxima llegada del módulo lunar, vuelo número tal y a tal hora, de una persona de la familia allí residente, y también... telegramas de felicitación con triple franquicia...
¿Por qué no?.