Un compañero telegrafista, que firma con el seudónimo Ventura de Portaceli, nos envía el siguiente cuento telegráfico, titulado: ALEPO
Aquel día Hamid no había podido ir al colegio. En realidad, hacía mucho tiempo que no había podido hacerlo. Las bombas no dejaban de caer en su ciudad, Alepo, y su colegio se había cerrado hacía varios meses, desde que el enfrentamiento entre los rebeldes y el ejercito se había establecido en su ciudad. Algunos barrios próximos estaban literalmente en ruinas, aunque a la calle de su casa todavía no había llegado todavía la destrucción.
Pero las pocas familias que quedaban en el barrio sufrían una situación angustiosa. De hecho. era un auténtico problema el conseguir comida cada día. Sus padres recorrían temerosamente el barrio al caer la noche buscando algún lugar en el que comprar unas patatas, un poco de pan o alguna lata de conserva.
Hamid tenía diez años y muchas ganas de aprender cosas. Sufría porque desde que la guerra alcanzó su ciudad, el no podía ir al colegio. Aquella mañana, Hamid leía en su habitación. Allí pasaba horas leyendo los libros que había en su casa, pues era peligroso salir a la calle para buscar algún amigo y jugar. Entonces oyó ruidos en la calle y se asomó a la ventana. Al poco, vio pasar a unos hombres armados con fusiles ametralladores corriendo y le entró miedo. Siguieron unos minutos de silencio y luego, de repente, empezó a oír el estruendo de las bombas al caer cerca en la ciudad. Y el estruendo parecía acercarse cada vez más. De repente, los padres de Hamid entraron en su habitación y le gritaron: “Corre, Hamid! Tenemos que refugiarnos!”.
Hamid bajó corriendo con sus padres al sótano del edificio. No era la primera vez que lo hacían cuando oían el bombardeo. Allí, en el sótano, estarían más a resguardo del impacto de las bombas. Pero el ruido de las explosiones cada vez se acercaba más. También se había refugiado allí la familia de Axa, una niña de su misma edad, que también vivía en el edificio. Encendieron una lámpara de aceite para iluminar la pequeña estancia. Todos escuchaban estremecidos aquel estruendo, que aumentaba progresivamente. Se miraban y se cogían de la mano, rezando.
Se oyó una nueva explosión, las paredes del sótano temblaron y una zona del techo cedió, derrumbándose parcialmente, cayendo los cascotes al suelo, que alcanzaron al padre de Hamid. Este soltó un alarido: “Papá!”, corriendo hacia su padre. Entre el polvo y los cascotes, Hamid y su madre encontraron a su padre. Estaba herido y de su cabeza salía sangre, pero estaba vivo. Parecía que nadie más se había visto alcanzado por el derrumbe: Axa y sus padres estaban asustados pero indemnes. Entre todos arrastraron al padre de Hamid a un esquina libre del sótano y le limpiaron como pudieron con sus pañuelos. Necesitaban ayuda, un médico, un hospital. Pero cuando miraron a su alrededor, a la pobre luz de la lámpara, vieron que la zona de salida del sótano estaba bloqueada por los cascotes y les entró el pánico. ¡No podían salir! ¡Estaban atrapados!
Los padres de Axa comenzaron a quitar los cascotes en la zona donde estaba la salida y Hamid y Axa trataban de ayudarles. Pero era peligroso porque, quitando algún cascote, otro se les venía encima. No obstante, ellos seguían trabajando desesperadamente, intentando despejar la salida. Al cabo de un rato habían cesado las explosiones y les llegó un lejano rumor de sirenas, ruido de motores y gritos :¡alguien había por la calle! Gritaron con todas sus fuerzas: “¡Estamos aquí! ¡Ayudadnos! ¡Sacadnos de aquí!” Pero sus gritos no tenían respuesta. Pasaba el tiempo, seguían quitando cascotes, estaban llenos de polvo y con las manos arañadas, pero no avanzaban nada. Volvían a gritar, pero sus gritos se ahogaban en el pequeño espacio del sótano.
Hamid miró a su alrededor y vio una tubería metálica de algún desagüe que atravesaba de arriba a abajo el sótano y pensó que esa tubería llegaba con seguridad al exterior. Cogió un cascote y empezó a golpear la tubería. Pero los golpes se mezclaban con ruidos procedentes del exterior y seguían sin respuesta. Axa miró a Hamid y se le ocurrió una idea. Sabía que Hamid era un chico curioso y que le interesaba todo. En una ocasión, el le había hablado del lenguaje de los telegrafistas y que, ahora, con la evolución de la tecnología, ya no se usaba. El morse, muy simple, a base de puntos y rayas, con el que antiguamente se establecían comunicaciones a larga distancia a través de hilos eléctricos y que podía interpretarse en el destino por sonidos cortos y largos. Pero ¿no se podría hacer llegar un mensaje al exterior con el morse de alguna manera? Golpeando la tubería, el sonido y el mensaje llegaría arriba.
Hamid cogió un cascote y pensó en el mensaje que podía enviar: Recordó que el mensaje universal de socorro era a base de tres letras: SOS. Comenzó a golpear la tubería con el cascote: Toc toc toc, tic-toc tic-toc tic-toc, toc toc toc. Y repetía esta secuencia de golpes una y otra vez. De vez en cuando paraba para escuchar si había respuesta, pero nada. Axa le miraba y le animaba a seguir. Hamid continuó repitiendo la llamada: Toc toc toc, tic-toc tic-toc tic-toc, toc toc toc. Hasta que, de repente, oyó golpes en la tubería que no eran los suyos. Golpeó de nuevo la tubería y paró. Entonces se oyeron nuevos golpes metálicos en la tubería. Pronto oyeron nuevos ruidos en el exterior. Parecía que el ruido se acercaba lentamente. En el sótano, Hamid y todos comenzaron de nuevo a quitar cascotes.
Pasaron los minutos, quizás horas y el ruido de fuera se oía cada vez más cerca. Comenzaron a oír voces y esto les llenó de esperanza. Hasta que, por fin, al retirar un cascote, apareció una mano Hamid, Axa y todos en el sótano gritaron de júbilo. Oyeron voces de ánimo. Los cascotes fueron retirándose despacio hasta que, por fin hubo un pequeño hueco, suficiente para que Axa pasara por él y también Hamid. Afuera había hombres a los que Hamid explicó la situación. Se hizo un poco más de hueco en el derrumbamiento y pasó un hombre y todos fueron saliendo a la luz. Uno de los hombres se dirigió a Hamid y le dijo: “Cuando oímos el mensaje SOS repetido, supimos que alguien con vida estaba allí abajo. Eso os ha salvado.”