....cuna de conquistadores....
Nuestro compañero y colaborador Martin Prieto Rivera, nos remite el presente artículo, donde narra de forma amena e instructiva, el desarrollo de las distintas etapas, que realizaron los participantes en la excursion por tierras extremeñas y lusas; con motivo de celebrarse en la capital pacense la IX Asamblea General de la Asociación "Amigos del Telégrafo de España"
Fuimos a Extremadura
La mañana del 20 de abril se presentó fría y ventosa. Era sábado y la circulación de vehículos inexistente por ello el taxista que nos llevaba a Cibeles no tenía motivos para discutir con los de afuera y se dirigió hacia los de adentro:
-¿De viaje? ¿Al norte o al sur?
- Pues ni al norte ni al sur, al oeste. Le respondí.
- ¿Oiga, y que bueno hay en el oeste?
Decidido a alimentar su ignorancia le espeté:
-Hay muchas cosas buenas hombre: zarangollos, cojodongos, revolconas y jilimojas, con un buen pitarra es todo maravilloso.
-Joé que cosas hay en el oeste. Oiga, ni idea. Pues nada, que se diviertan.
Este es el perenne enigma de Extremadura. Pobre, en el conocimiento del español medio, pero rica en el recuerdo de cuantos viajaron, como nosotros, recorriendo sus tierras de castillos y toros bravos, sus dehesas alfombradas de verde y malva, donde perviven encinas centenarias, pisando sus mudas piedras milenarias que hablan de culturas superpuestas. Extremadura, tierra de contrastes, entre ríos caudalosos y caminos de plata surgen pueblos y ciudades que parecen encantadas con espíritu de hierro y piel de corcho bajo el vuelo de aves que ya no se irán nunca de este lugar.
El Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, oculto en el valle de las Villuercas desde el siglo XIV es quien primero recibe a los Amigos del Telégrafo. Imponente monumento histórico-artístico nacido, como tantos santuarios marianos, del encuentro de una virgen escondida del sarraceno, con un sencillo pastor de ganado.
El ambiente sacro favorecía la oración pero el asombro de las obras de arte del Greco, Zurbarán, Goya y tantos otros, lo impedía.
Museo de libros miniados, bordados y cantorales de gran tamaño para un enorme facistol acompañan la visita que transita por el claustro mudéjar, sacristía y camarín de la virgen morena a la que puedes mirar cara a cara.
Y la Asociación cumplió el objetivo que tenía previsto de dejar una huella perdurable en aquel sitio entregando al Guardián de la Virgen, Fray Sebastián Ruiz, la insignia de los Amigos y el libro de otro querido Sebastián.
Partimos seguidamente para Trujillo, de la que dijo el geógrafo y viajero árabe Idrisi allá por el año 1100: “Es grande y parece una fortaleza”. Pero será a partir del siglo XVI cuando Trujillo sufre la gran transformación de pasar de ser un pueblo de pastores y campesinos a ser una ciudad señorial. El hada madrina de este cambio es América. Al compás del oro que corría por sus calles surgieron casas solariegas, palacios e iglesias, como la de San Martín que domina la Plaza Mayor, renacentista como la iglesia, de una sola nave y panteón de hombres ilustres. Bajo el dintel de su otra puerta gótica se celebraban los consejos de la ciudad.
Trujillo, tierra de conquistados porque es difícil sustraerse al hechizo de esta cuna de hombres ilustres que habitaron hermosos palacios como el de la Conquista, de balcón plateresco esquinado, el palacio de los Ballesteros de portada adintelada o el palacio del marqués de Piedras Albas, renacentista, sobre los soportales “del pan” de la plaza.
La salida para Badajoz no supuso una brusca ruptura con la magia trujillana porque durante mucho tiempo seguimos viendo, desde la ventana del autocar, el majestuoso castillo califal sobre el cerro del Zorro y la torre de la iglesia de Santa María la Mayor que se alza sobre una antigua mezquita junto a sus murallas. Y así fue hasta que el ocaso cayó de bruces sobre la tierra como lo hiciera Francisco Pizarro en su muerte cruel en Lima, como lo pudimos ver en su Casa Museo.
Mérida, premio para las legiones que habían luchado contra los bravos cántabros allá por el año 25 a.C., es un mosaico de civilizaciones aunque de todas ellas la romana es la que ha dejado el legado monumental más importante. Y es que Emérita Augusta se convirtió pronto en una de las ciudades más florecientes del imperio, llegando a ser capital de la provincia de Lusitania.
El elíptico Anfiteatro de batallas navales o de gladiadores; el Teatro de mágicas representaciones a la luz de la Luna; el extenso Circo donde compitieron las cuadrigas ante más de 30.000 espectadores; el Templo de Diana, único resto religioso que se conserva; el acueducto de los Milagros, que traía el agua desde el embalse de Proserpina y el puente sobre el Guadiana de sesenta ojos, el más largo de la España romana, avalan la importancia de la ciudad y el enorme talento de aquellos ingenieros romanos.
Pero si algo queda pendiente en la visita, el Museo Nacional de Arte Romano, se encarga de completarlo. El edificio es todo un elogio de la luz, obra de Rafael Moneo y que según los emeritenses, es su mejor obra. Alberga a modo de sumario todo el pasado romano de Mérida destacando las estatuas procedentes del teatro y muy especialmente la colección musivaria.
Tras los romanos llegaron los visigodos que no dejaron restos de interés y por el contrario derribaron buena parte de lo anterior. Después llegó el moro Muza y si alguna piedra romana quedaba en pié la utilizó para construir mezquitas y la alcazaba a orillas del río. Por último, los cristianos de Alfonso IX de León y los de Isabel la Católica tomarán lo que queda de vestigio romano para erigir sus iglesias y conventos.
Es todo cuanto vimos en aquella soleada mañana de la mano de una excelente guía que colmó nuestro deseo de aprender un poco más sobre la historia del hombre.
Y llegó otro día de tan buen tiempo como los anteriores y nos sumergimos en las tierras empapadas del Guadiana convertido en lagunas y cruzamos la frontera.
El Alentejo portugués no se diferencia en nada de la Tierra de Barros extremeña: las mismas dehesas, los mismos alcornocales, los mismos pueblos, aunque algunos son un poco diferentes, como Monsaraz.
Monsaraz es un pueblito que se levanta hacia el cielo, como un nido de águilas, hecho de cal y pizarra, cercado por murallas de la época de los árabes que la conquistaron. Dos calles, siete iglesias y un castillo caben en el reducido promontorio desde el que se divisa un extenso paisaje de ese Guadiana hecho lagos.
Elvas ya es otra cosa; ayer ciudad-fortaleza frente al enemigo hispano o francés, hoy ciudad abierta al comercio y a la buena mesa de su bacalao de mil preparaciones y sus ricos pastelitos con oporto y los 8 Km. que la separan de Badajoz no son un obstáculo para caer en la tentación de tan sugerente oferta.
Y de Elvas a su hermana en España: Olivenza.
Tan española como portuguesa Olivenza nos sorprende con valiosas muestras de arquitectura civil, militar y religiosa, de estilo español y portugués. El castillo construido por el rey Juan II de Portugal en el siglo XVI, protege una ciudadela medieval a la que se accede por diversas puertas como la de Alconchel, de los Ángeles o del Calvario. En la panadería del Rey se alberga uno de los museos etnográficos más importantes de Extremadura donde se recrean ambientes de los siglos XIX y XX y por tanto muy familiares para el grupo de Amigos del Telégrafo.
Sin embargo será el patrimonio religioso de Olivenza el que más huella dejará en nuestra visita, enmarcado en el más puro estilo manuelino que no es otra cosa que un gótico tardío de la época de Manuel I de Portugal con clara influencia de las colonias. Santa María del Castillo, donde el retablo, manuelino extremado o barroco portugués, compite con la azulejería bíblica que cubre sus paredes, sin olvidar el impresionante retablo del Árbol de Jesé, representación tradicional de la genealogía de Jesús. La Santa Casa de la Misericordia o Capilla del Espíritu Santo, en donde, nuevamente, el retablo barroco tallado en madera policromada esta flanqueado por una azulejería que recubre el altar mayor, la nave y el coro. En esta ocasión los motivos que se reproducen son las Obras de Misericordia, destacando por su anacronismo la referida a la de “vestir al desnudo” en la que se representa a Dios Padre vistiendo la desnudez de Adán y Eva con sendos abrigos de la época del azulejo, siglo XVIII.
Lamentablemente nos quedamos en la puerta renacentista de Santa María Magdalena, la joya de Olivenza. No nos fue posible apreciar su espectacular interior de columnas torsas que quedará para otra obligada visita.
Intencionadamente o no, el conductor del autocar huye de las autovías para meternos por caminos ondulados entre pastizales de ganados y cultivos de la meseta trujillano-cacereña. Nos espera Cáceres, tan vieja como Mérida, tan mora como Badajoz. Será con los almohades en el siglo XII cuando alcance importancia y adquiera su primera configuración como ciudad amurallada con torres estratégicas y alcázar defensivo. La conquista cristiana trocará las mezquitas en iglesias y las viviendas intramuros se convertirán en casas-fortalezas y palacios.
El Arco de la Estrella, nos introduce en la Edad Media desde la Plaza Mayor, vigilada por la Torre Bujaco desde el balcón de los Fueros. Abundan los matacanes y balcones esquinados estratégicamente dispuestos en los edificios renacentistas del barrio histórico, que también es judío.
Las casas señoriales, las torres, los palacios, las iglesias se suceden sin solución de continuidad. Los edificios están como adosados unos a otros, todos con la misma piedra y el mismo estilo renacentista, no hay vanos ociosos, que permitan distraer la mirada de sus fachadas y la mirada tampoco quiere apartarse, asombrada, de tanta belleza. El palacio de los Toledo-Moctezuma, el de los Golfines, el Episcopal, el de Hernando Ovando, el de las Veletas o del Aljibe y un largo etc.
Santa María la Mayor, siglo XV, fue el edificio religioso más importante de la visita, de torre renacentista e interior gótico tardío, destacando su retablo de cedro sin policromar y la capilla del Cristo Negro.
Ni las carrilleras de ibérico, ni la torta del Casar, fueron suficientes para quitarnos el buen sabor que habían dejado tantas imágenes en nuestra retina a la luz del día. Sólo me queda una pregunta para responderla en otra ocasión: ¿cómo será tanta hermosura de noche?
Por último, camino de Madrid, con las maletas hechas y el cuerpo y la mente cansados por tanta carga cultural, hicimos un alto en la comarca de la Vera junto a la vega del Jerte para contemplar la ciudad señorial donde la magia de tiempos pasados todavía se vive en el recogimiento de sus calles, Plasencia.
Desde la porticada Plaza Mayor, con el abuelo Mayorga junto al reloj, nos dirigimos por las calles de la judería, entre palacios e iglesias, al corazón de la visita.
Si en otras ciudades nos hemos topado con catedrales compartidas, aquí, en Plasencia, no hay ni una, ni media, sino dos catedrales: la Catedral Antigua S XIII y la Catedral Nueva, S XV. Curioso modelo de coexistencia entre las dos edificaciones, la primera, que parecía poco suntuosa, cedió los materiales con los que estaban construidos su ábside y su crucero a favor de la nueva. En el claustro, donde se unen la catedral Vieja y la Nueva se mezclan los estilos románico y gótico en perfecta armonía.
En la catedral Nueva, en opinión de muchos expertos el templo más bello de Extremadura, destaca el retablo de Gregorio Fernández, el Coro y la bóveda de nervios en red.
Sin embargo, lo más curioso y gratificante de esta visita tuvo lugar en la catedral Vieja destinada a Museo y exposiciones sacras. Con motivo del Año de la Fe se ha montado una exposición cuyo hilo argumental son los doce artículos del Credo. La teología de cada profesión de fe está presentada con una obra de arte que muestra la fe del autor a la vez que interpela profundamente al que la mira.
Pues bien, si no hubiese sido porque Manolo Bueno se dio cuenta habría pasado desapercibido, bajo el primer artículo del Credo: “Creo en Dios Padre Todopoderoso, creador del Cielo y la Tierra”, el bello cuadro que lo acompaña es de un telegrafista, Enrique Jiménez Carrero. Sorpresa, alegría, orgullo, en fin, no se lo que sentimos ante el inesperado descubrimiento pero fue sin duda un bonito regalo de despedida.
Pensareis que me he olvidado de Badajoz. No, por supuesto que no. Lo que pasa es que lo de Badajoz es otra historia. En Badajoz la cultura dejó paso a la política, tan es así, que en pocas horas fuimos diputados, concejales y electores. Me explico.
Esa mañana, la Asociación de Amigos del Telégrafo fue recibida en primer lugar por D. Valentín Cortés Cabanillas presidente de la Diputación y seguidamente, en el artístico salón de plenos del Ayuntamiento, por D. Francisco Javier Fragoso Alcalde-Presidente de Badajoz. En ambos casos los actos se desarrollaron sin incidente alguno pues tanto la bancada de la derecha como la de la izquierda estaban ocupadas por amigos, Amigos del Telégrafos. Y los presidentes recibieron nuestras insignias y nuestros libros como testimonio de nuestro paso por Badajoz la de la Plaza Alta y la Alcazaba y se mostraron muy satisfechos por tenernos allí. Y los medios de comunicación recogieron con profusión hecho tan singular.
Por último la Asamblea General. Si antes he utilizado de forma jocosa la palabra “política”, ahora la destierro tajantemente porque nada más inapropiado hablar de política en una organización en la que nadie mete la mano en la caja, sino en sus bolsillos para sufragar gastos; en la que no aparecen trepas oportunistas con miras a no se que; en la que los puestos de gobierno se aceptan con generosidad y espíritu de servicio; en la que la aclamación del candidato impide cualquier recuento.
Así es y así es como fue elegido el nuevo Presidente de la Asociación de Amigos del Telégrafo Vicente Rubio Carretón, asociación que no sólo nos está enseñando a amar los aparatos que ya están en el museo, sino a amar también a las personas que los manejaron.
WM/JJ